Comentario
Para llevar a efecto su programa de reformas, Sila se sirvió de la vieja institución que se había creado para situaciones de extrema gravedad: la dictadura con funciones constituyentes. Sila, pese a haberse opuesto militarmente a los populares no parece que actuara exclusivamente como defensor de los optimates. El Senado ciertamente estaba en el centro o más bien en el vértice de su programa y, no obstante, fue ampliado en más del doble, hasta alcanzar la cifra de 600 senadores. Los nuevos senadores se reclutaron entre los caballeros, nuevos ciudadanos y, en general, elementos fieles a Sila. Respecto a los caballeros es cierto que los despojó del control exclusivo del aparato judicial en las quaestiones perpetuae, pero sin embargo mantuvo sus prebendas -los arrendamientos públicos- en el aparato económico del Estado. La restricción del poder de los tribunos -reduciendo su actividad legislativa y obligándoles a someter sus proyectos de ley a la supervisión del Senado- no significó sin embargo una merma muy considerable en las competencias comiciales, y Sila reconoció la disposición de los populares que permitió que los nuevos ciudadanos fuesen incluidos en el conjunto de las tribus. A fin de suprimir cualquier posibilidad de permanencia excesiva en el cargo, suprimió prácticamente la prórroga de las magistraturas y reorganizó la carrera de honores. Para atender al incremento de las atribuciones administrativas y judiciales reservadas al Senado, se aumentó el número de cuestores desde ocho a veinte y el de pretores a ocho. Una medida que venía a debilitar el atractivo -por la popularidad que conllevaba- y los riesgos que hasta entonces había supuesto la magistratura de tribuno de la plebe fue la prohibición a los ex-tribunos de concurrir a cualquier otra magistratura. El tribunado, en la medida en que el mismo suponía la conclusión del cursus honorum, no podía en adelante sino resultar poco interesante. También tomó medidas para impedir la consolidación de fuertes mandos en las provincias que pudieran utilizarse contra la autoridad senatorial. Así, prohibió a los gobernadores provinciales que reclutasen levas por decisión propia y que las enviasen fuera de sus límites territoriales. Además los magistrados con imperium (cónsules y pretores) tenían que haber ejercicio íntegro su cometido en Roma; sólo entonces podían gobernar otro año en una provincia como procónsules o propretores. Por último llevó a cabo una vasta colonización necesaria para proveer de tierras a los veteranos de su ejército. Sila optó por proporcionarles lotes de tierra en Italia y no en las provincias, pero la escasez de ager publicus disponible en Italia le llevó a utilizar las tierras confiscadas a los castigados en las proscriptiones y aquellas áreas itálicas hostiles que se le habían opuesto en la pasada guerra civil. No obstante, estas medidas colonizadoras no dieron en general la prosperidad a sus veteranos. La tierra entregada, al margen de no ser la mejor, era mantenida en una permanente situación de inseguridad, puesto que cada propuesta agraria proveniente ora de los populares ora de los optimates, podía dar al traste con la ocupación de la misma. En esta incertidumbre, la tierra fue frecuentemente poco o mal trabajada y terminó en manos de las fuerzas que habían estado echando al pequeño granjero de sus tierras durante un siglo. Sila abdicó pronto de su cargo de dictador. En el 80 a.C. aceptó el consulado compartido y en el 79 a.C. cedió todas sus atribuciones ante la asamblea popular, mostrando su disposición a rendir cuentas de su mandato y rechazando el nombramiento que se le había ofrecido como procónsul de la Galia. Decidió retirarse a Puteoli y abandonar definitivamente la política. La sistematización silana fue muy importante en tanto en cuanto supuso una ampliación de la clase dirigente y, en general, una mayor adecuación de los mecanismos estatales a la nueva situación de Roma como cabeza de un imperio mediterráneo. Muchas de sus posiciones y propuestas serán retomadas posteriormente por César y Augusto. No obstante, los métodos utilizados dejaron cicatrices morales que tardaron en desaparecer. El sistema de las proscriptiones había dado lugar a toda clase de chantajes y compras de lealtades. Significativa del período silano es la actitud de Cicerón quien, en su campaña contra Catilina, esgrimía la imagen del propio Catilina llevando por las calles de Roma la cabeza de uno de los parientes de Mario para mostrársela al propio Sila. Pero, una vez elegido, Cicerón se opuso a una propuesta para restablecer los derechos políticos de los hijos de los proscritos por Sila, pues entendía que "la cohesión del Estado es tan dependiente de las leyes de Sila que no puede sobrevivir a la revocación de éstas".